Lo prometido es deuda, les dejó un aparte de mi nueva novela, espero que les guste y me dejen sus comentarios.
Olivia
se dio una larga ducha, se secó el cabello y se puso un pantalón suelto de lino
puro color beige y una blusa tejida del mismo color con manga caída, dejando el
hombro derecho descubierto. Se puso unos zapatos cerrados de tacón
mediano. Se colocó una horquilla en el
cabello y se maquilló au naturel. Se
ajustó la cadena de oro que la acompañaba hacía diez años, y ocultó el colgante
entre sus pechos.
La
reunión tendría lugar en una pequeña discoteca frente al hotel. Olivia llegó
pronto, luego de unos cinco minutos de caminata.
Había
demasiada gente en el lugar. Un sistema de sonido despampanante opacaba las
voces.
Olivia
divisó a sus compañeros en una de las mesas, el humo blanco que circundaba el
lugar era impresionante. Se acercó a ellos. Los hombres se levantaron a
recibirla.
–Vaya,
estas muy linda –la lisonjeó Iván que la examinó un momento y después sonrió. Extendió la mano.
Olivia
le devolvió el gesto y se acomodó en una de las sillas que William abrió y un
mesero se acercó al instante.
–Sí,
preciosa como siempre –contestó William que paseó, encantado, los ojos por el
cuerpo de Olivia. Una ligera sonrisa curvó sus labios cuando se encontró con su
mirada y se sonrojó–. ¿Qué deseas tomar?
–Un
cuba libre, gracias.
El
mesero tomó el pedido de Olivia y William ordenó otra ronda de tragos para
ellos.
Miguel
estaba sentado al fondo de la barra. Tenía una cerveza que no bebía en las
manos. Por más que quisiera, o por más
que Ana estuviese a su lado, no podía quitarle la vista de encima a Olivia. Esa
noche, había salido dispuesto a divertirse con la mujer ofrecida. Necesitaba
una distracción, una distracción que se fue al traste al ver entrar a Olivia,
tan hermosa, saludando al tipejo ese con una pizca de cariño. Entonces ya no se
sentía dispuesto para nada. Aferró aún más la botella entre los dedos. Lo
embargó la ira, al reconocer la sensación profunda que lo asaltó, al ver cómo
la miraba ese badulaque, cómo trataba de acercarse a olerla sin que ella se
percatara.
Estaba celoso no tenía dudas. Y tampoco, en ese instante, le molestaba.
Solo quería agarrar a Olivia por el brazo y llevársela de ahí.
Gritarle,
cuestionarle. Hacer quién sabe qué cosas...
Escuchó
la voz de Ana, que estaba a mitad de discurso, pero apenas se enteró lo que le
quedaba por decir. El líquido amargo y frio de la bebida se precipitó por su
garganta refrescándolo.
Bajó la cerveza
y ¡maldición! El tipo colocó una mano sobre el hombro descubierto de Olivia.
Miguel
se levantó horrorizado y se preguntó cuál era el maldito problema, si ella ya
no significaba nada para él. Recordó cada una de las razones por las que la
odiaba. Se dijo que no era asunto suyo con quien estuviera en ese momento.
Y
de nada sirvió su monólogo mental. Los celos se quedaron en él, como una
ardiente y asfixiante oleada.
Colocó
un dedo sobre los labios de Ana, que se callara.
–Vamos a bailar –ordenó.
–¿Bailamos?
William había tenido la osadía de
dar el primer paso. Olivia asintió. Caminaron juntos hacia la distancia.
Había dos pistas de baile; una donde estaban
ellos, con luces multicolores en el techo y en el piso, y otra más abajo, con
una luz más tenue para los enamorados, que podrían intercambiar besos sin que
nadie se diera cuenta.
Por el equipo de sonido empezó a
sonar una canción del grupo Niche. William se aproximó y comenzaron el baile un
tanto torpe.
Entonces fue cuando lo vio.
Estaba
con esa mujer: Ana. La chica tenía un vestido más corto y ajustado que el que
le había visto en días anteriores. Bailaba con ella, con las manos casi sobre
su trasero. La tenía pegada a su cuerpo, pero Olivia se percató de que no hacía
más que mirarla a ella.
Nunca
había estado tan consciente de lo lejos que estaba Miguel Robles de su vida,
hasta ese momento.
Sintió
unas inmensas ganas de llorar.
Deseó
ser esa mujer y poder llevar ese vestido.
Deseó
que las manos de Miguel fueran las que estuvieran en su cuerpo... Deseó tanto y
tanto que, sin querer, acercó más su cuerpo al de William, quien no tardó en
sospechar la anomalía.
–¿Estás
bien?– le preguntó curioso y con los labios casi en su pelo.
–Sí,
sí –respondió, más calmada–. Disculpa si estoy algo oxidada para el baile.
William
sonrió. Quiso darle un beso al cabello de la mujer, que lo tenía muy cerca y
olía tan bien.
Miguel
y Olivia se miraron por un tiempo demasiado largo, rozándose con una mirada
intensa antes de que ambos eligieran mirar para otra parte.
–Tonterías,
bailas a la perfección. –contestó él risueño.
Cuando
acabó la canción, volvieron a la mesa.
Momentos
luego, Olivia fue al aseo de señoras. Se lavó las manos, se peinó con los
dedos, salió nuevamente. Iba algo achispada, había tomado de más. Cerca de la
mesa, alguien la interceptó y, agarrándola del brazo, la arrastró a la parte de
la pista que estaba en penumbras.
Ella
no necesitó saber quién cometía ese acto. Reconocía su cercanía entre miles, su
olor y la textura de esos dedos sobre su piel. Era un hombre fuerte, la llevó
sin esfuerzo. Siempre había sido fuerte…
Olivia
esbozó una sonrisa ante la poca necesidad que había para que él hiciera algo
así.
Ella lo habría seguido sobre piedras
candentes.
–¿Ahora vas a decirme qué pasa?
–fue lo único que le preguntó, cuando nadie más estaba cerca, cuando nadie más
podía ver que estaban juntos.
Miguel no estaba para
conversaciones. No esa noche. Quizás por eso limitó las palabras.
–No hables.
La ciñó a su cuerpo, al ritmo de la
balada de Polo Montañés: la canción hablaba de amor y de desprecio.
“Mala
elección”, pensó Olivia afligida, pero electrificada por la manera en que
sentía a Miguel oler el perfume de su cabello y, luego, llevando la nariz al
cuello, a la nuca, como si necesitara grabarse su aroma.
Olivia trató de separarlo un poco, y Miguel tenía
otras ideas. Apretándola cada vez más, la mantuvo
justo donde él quería. Sentía el calor de sus manos en la espalda, se
rindió a ese gesto. Llevó los brazos hasta sus hombros. La gente bailaba
alrededor y el calor aumentaba en la pista.
Él
acercó los labios a su oído y le dijo en tono ronco:
–Di mi
nombre.
–¿Disculpa?
Olivia echó un poco la cabeza hacia atrás. En menos de un segundo,
había descendido de la nube. El corazón le latía cada vez más fuerte.
–Di mi
nombre, por favor –insistió, mirándola a los ojos.
Ella no tuvo más miedos. Acercó los
labios a la oreja del hombre.
–Miguel…
Como si el
aliento y la voz fueran un detonador de sentimientos y explosiones, la aferró
aún más a su cuerpo.
Miguel era experto en el baile, tenía buen ritmo.
Fluían a través de la pista. “Era increíble”, pensaba Olivia para sí, “conozco
a este hombre en la intimidad y nunca habíamos hecho algo tan mundano como
bailar…Conozco cada una de sus miradas y cada una de sus caricias, pero nunca
hemos hecho nada tan simple como ir al cine, pasear o comer un helado”. En ese
momento, entre sus brazos, y por primera vez en mucho tiempo, creyó que había
encontrado un pedacito de cielo.
Se sintió tan bien, cálida y protegida.
Las manos de Miguel emprendieron el camino por
debajo de la blusa y, con una suave caricia de sus pulgares, le erizó la curva
de la cintura. Le
obsequió una mirada posesiva, oscura y que desencadenó otro escalofrío que le surcó la piel. Se tensó, de
repente, al recordar que ya no era la misma de antes.
Nadie la
había tocado de esa manera en diez años.
No lo había
permitido.
Trató de soltarse.
Miguel no dejó que se escapara. No en
ese momento, que ya había caído la presa.
–¿Te
acuestas con él? –le haló un poco la cabellera.
Olivia trató de zafarse otra vez, no lo consiguió.
–Eso no
te importa…
Miguel tomó su cabeza con ambas manos. Le clavó esa mirada ruda que solo conservaba para
ella.
–
Contéstame, Olivia. ¿Te excita? ¿Reaccionas con él como conmigo?
Olivia llevó las manos hasta el
pecho de él y trató de empujarlo. No pudo.
–Estás
enfermo –y no susurró nada más.
Miguel
la miraba con ojos que echaban chispas. Acercó su boca a la de ella. Olivia
notó su respiración agitada y rápida.
–¿No vas
a contestar? – se acercó más y más, sintiendo el
roce de sus labios en el cuello y la manera en que aspiraba su perfume.
Llevó su boca a la parte del hombro descubierto,
esa parte que antes había tocado William. La besó y la chupó evocando una
fuerte sensación de posesión. Olivia quiso gemir. Él presionó los dientes en el
hombro, un pequeño mordisco que la llevó por un camino de deseo que le encogió
el estómago.
–Miguel…No…¿Qué
haces? –preguntó ella sorprendida.
Le dio varias palmadas en el hombro.
Miguel llevó su vista a la de ella.
Dejó que las palabras salieran con un
poco de burla en ellas.
–A ver
cómo explicas esto –sonrió.
Olivia no se molestó, o al menos no
se molestó como pensó que se molestaría. Más bien, se sorprendió.
–No
tenías por qué hacer eso…
–No,
¡no! –interrumpió, la furia vistiéndole los pensamientos–. Tú no debiste volver.
Se dio la media vuelta y la dejó
sola, en la pista que se caracterizaba por las penumbras.
Olivia agradeció que la oscuridad del lugar le permitiera calmarse
antes de llegar. Volvió como en una nube, lela, sin noción clara de espacio y
tiempo. Sabía que dos de sus compañeros coqueteaban. Iván usaba su tono de
conquista, Claudia jugaba con el doble sentido, y solo daba respuestas
picantes.
–¿Por qué demoraste? –William le acercó un vaso, fue el único que se
había dado cuenta del tiempo.
Olivia tomó el vaso, sonrió.
Ahogó las palabras en el alcohol.
–Me encontré con alguien...